En un mundo marcado por tensiones geopolíticas y cambios en los mercados globales, América Latina y el Caribe se encuentran en una encrucijada histórica. La senda hacia la autonomía productiva y financiera demanda una visión clara, políticas audaces y la movilización de todos los actores sociales.
La independencia económica trasciende la simple eliminación de vínculos comerciales. Implica la capacidad de un país o región para generar riqueza propia, reducir la vulnerabilidad ante choques externos y sostener un crecimiento inclusivo.
En este sentido, se consideran cuatro pilares fundamentales: la diversificación productiva, la fortaleza de las instituciones, la movilización de recursos fiscales y la innovación tecnológica. Solo al consolidar estos elementos se construye una base sólida para la soberanía económica.
Los datos más recientes de la CEPAL y el FMI proyectan un crecimiento del 2,2% para 2025, una cifra superior a estimaciones previas pero todavía por debajo del dinamismo prepandémico. Dentro de este promedio, Sudamérica destaca con un avance cercano al 2,7%, mientras economías como México y Argentina registran ritmos más moderados.
Aunque el acceso a electricidad alcanza el 98,4%, persiste la brecha en capital humano y conectividad digital entre zonas urbanas y rurales. Este desequilibrio limita la productividad y la innovación.
Desde el siglo XIX, la proclamada independencia política no se tradujo en autonomía económica. La persistencia de enlaces desiguales con potencias extranjeras condicionó el desarrollo de estructuras productivas propias.
Entre 1820 y 1870, el PIB per cápita creció apenas un 0,6% anual en promedio regional, con variaciones significativas: Chile alcanzó 1,5%, Argentina 0,8% y Venezuela 0,9%. Estos datos revelan avances limitados y la urgencia de romper ciclos de dependencia.
Aunque Estados Unidos continúa como socio predominante, China amplía su influencia comercial y financiera. Las tensiones arancelarias y la volatilidad de la demanda externa fracturan la planificación de inversiones.
La falta de diversificación y la concentración en materias primas perpetúan la vulnerabilidad ante fluctuaciones de precios internacionales. Para avanzar, es esencial elevar el valor agregado de las exportaciones y fomentar cadenas productivas regionales.
Expertos de la CEPAL y otros organismos coinciden en que la movilización de recursos internos y el reforzamiento institucional son pasos decisivos. A continuación, algunas propuestas clave:
Además, la política monetaria debe mantener un equilibrio entre el control de la inflación y la financiación de proyectos de desarrollo estratégico.
Para 2030, la región podría alcanzar una tasa de crecimiento promedio superior al 3% si consolida reformas estructurales. El aumento sostenido de la productividad, la expansión del comercio intrarregional y la atracción de inversiones responsables son factores determinantes.
El reto consiste en traducir la capacidad potencial en resultados tangibles. Solo mediante un enfoque holístico, que combine políticas públicas coherentes con alianzas privadas y participación ciudadana, se logrará una verdadera soberanía económica duradera.
La independencia económica no es un destino estático sino un proceso dinámico. América Latina y el Caribe tienen la oportunidad histórica de redefinir su papel en el concierto global, construyendo un futuro de prosperidad compartida y resiliencia ante las incertidumbres.
Referencias